miércoles, 24 de junio de 2009

Corazón sin dueño

-Veo la maldad en tus ojos - le espetó fríamente a la cara -. No puedes negar lo evidente bajo esa fachada de niña buena con apariencia de que nunca has roto un plato. Tu sonrisa es tan recatada y suave como lo es de falsa; a mi ya no me engañas ni permitiré que sigas engañando al mundo como lo has hecho hasta ahora. La gente debe descubrir, por su propio bien, quien es la verdadera Penélope Priest.

-De verdad piensas que voy a ser tan ingenua para que alguien como tú, una simple cualquiera destruyas el Imperio que he levantado –le contestó altivamente -. La gente es demasiado ingenua e idiota como para que descubran la verdad. Nadie podrá conmigo, nunca ha podido nadie ni nunca nadie lo hará, y menos vas a poder tú, una vulgar muchacha que no tenía donde caerse muerta y que si no fuera por mi seguiría bailando en ese bar de strippers, haciendo cualquier cosa, por guarra o sucia que fuera, por un puñado de euros. Yo te utilicé para mis planes y no significas nada para mí ni para nadie; siempre has sido una zorra y siempre lo serás.

Lendra sintió como las lágrimas le caían por su fino rostro; un delicada tez que ocultaba bajo su superficie los golpes que había recibido desde que tenía uso de razón. Sentía como por fin su mente aceptaba lo que nunca le había permitido ver su corazón, el cual se iba resquebrajando a pedazos mientras oía lo que le iba diciendo la que hasta ahora creía que era la única persona en el mundo que la había querido y que se preocupaba por ella; que equivocada estaba. Lendra estaba rabiosa y destrozada, pero era su orgullo, que por muy dañado que estuviese seguía siempre con ella, el que la permitió articular palabra:

-¡Yo te amé como nunca he amado a una persona! – le gritó con todas sus fuerzas-. Nunca negaré lo que sentí por ti hasta que descubrí quién realmente eras. Atrás quedarán para siempre nuestros recuerdos juntas y sólo ruego a Dios que me permitan olvidarlos, porque no podré soportarlos en mi cabeza, me volvería loca cada vez que viera, sintiera u oliera cualquier objeto que me recordase a ti. ¡Me das asco!

-Vaya, ¿quién hubiera imaginado que debajo de esas camisas de furcia barata que no dejaban nada a la imaginación hubiera una, como diría, persona con algo de dignidad?- le seguía reprochando con aire condescendiente.

Penélope poco a poco se iba acercando y sus tacones resoban en toda el ático. –Pero por mucho que lo intentes y pretendas fingirlo, nunca llegarás a ser una verdadera persona; nadie como tú lo podrás ser, tú has nacido para ser la esclava de los demás y nunca te permitiré que me destruyas- le decía mientras se seguía acercando, ocultando un cuchillo en su mano derecha.

-No, tú vas a pagar por todo lo que has hecho, un ser como tú no puede quedar impune de los delitos que ha cometido- le contestó mientras la veía acercarse al balcón en la que había quedado acorralada Lendra-. Cuando le cuente a la policía lo que has hecho y la gente se entere de quién eres en verdad, nunca volverás a ver la luz del día.

-¡Eso no sucederá nunca!- le gritó Penélope a escasos diez centímetros de su cara-. ¡Reza tus últimas plegarías!

Y Penélope, decidida, empuño el cuchillo y se lo clavó en mitad del estómago, haciendo que se doblara y callera sobre sus propias rodillas. -¡Yo soy indestructible!- proclamaba Penélope a la inmensa ciudad que se encontraba bajo sus pies cuando sintió que algo la agarraba por detrás y la empujaba hacía el borde del edificio.

-No tienes huevos para hacer lo que hacer; siempre has sido débil y siempre lo serás - le decía Penélope a Lendra, la cual la sujetaba y le aprisionaba el pecho haciendo que parte de Penélope quedará suspendida en el vacio mientras sentía como la sangre goteaba por sus piernas y que las fuerzas le flaqueaban.

-No permitiré que destroces la vida de los demás como has hecho con la mía. ¡Ahhhhh! –rabió Lendra.

Y Lendra empujó con sus últimas fuerzas a la que otrora pensara que fuera su alma gemela y la vio caer sobre la acera, donde la gente se apiñaba y se quedaba sorprendida al ver que el ya cadáver que yacía frente a ellos no era otro que el de la gran Penélope Priest.

-Si que soy lo suficientemente fuerte como para acabar contigo, aunque eso sea lo último que haga-. Pensó Lendra mientras se sentía que su vida ya acababa, una vida qué nunca había sido suya, pero que tuvo la valentía suficiente para entregar su vida a cambio de la suya si eso implicaba salvar al mudo.

-Sólo yo soy la única dueña de mi vida- susurró suavemente en su último momento de vida.


Besicosss. Ander.

1 comentario:

Anónimo dijo...

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